(XVI) Después de escuchar la historia de Hércules y Caco, Palantea y Urbano Lacio se habían quedado a dormir en el Aventino con la intención de asistir al mercado de animales al día siguiente.
La pastorcilla Palantea y Urbano Lacio se unieron a las criadas de Númitor. Las ayudaron a cargar en un carro las cestas con las coronas para las ofrendas, comida, bebida, lienzos para protegerse del calor, pues el mercado duraría hasta el atardecer. La conversación era muy animada mientras ascendían por una prolongada cuesta hacia la parte alta del Aventino. Un bosque de laureles bordeaba el camino y perfumaba el aire de manera tan deliciosa e intensa que Palantea cerró varias veces los ojos para aspirarlo a fondo. El día se presentaba pleno de emociones y quería experimentarlas todas. Al poco, el sendero alcanzó su punto álgido, traspasado el cual torcía a la derecha y descendía en busca del valle.
La pastorcilla quedó muda al ver delante de ella, jalonando ambos lados del sendero, unos montículos blancos que emitían destellos cegadores bajo los rayos del sol. Tanto brillaban que sólo podían mirarse un instante. Las criadas de Númitor se habían puesto las manos delante de los ojos para protegerlos y le aconsejaron hacer lo mismo. Eran los depósitos de sal. Los barqueros la traían remontando el río desde Ostia y la almacenaban allí, formando diminutas colinas que protegían con techumbres de paja durante el invierno. De ese lugar la recogían luego otros mercaderes para comerciar con ella en las tierras del interior.
- ¡Eeeeh! – oyeron gritar en ese momento. Urbano Lacio había abandonado la senda y, desde unas rocas, agitaba los brazos para llamar la atención de Palantea. Ésta, adivinando que el muchacho le indicaba la guarida de Caco, se despidió del grupo de mujeres, les recordó que las buscaría a la hora de la comida, y se salió del camino también.
La tarde anterior los pastores de Númitor le habían enseñado la cueva a Urbano Lacio. El joven, con orgullo y aires de superioridad, condujo a la pastorcilla hasta la boca del antro, un agujero natural en la roca no tan grande como ella se había imaginado al escuchar la historia del bandido. El interior era sombrío. Apoyando las manos en la pared, se adentraron poco a poco, con precaución. La oquedad, de techo alto, penetraba en las entrañas del Aventino sin que la negrura permitiera vislumbrar el final. Hedía el aire. Y estremecía pensar en la feroz lucha que se había desarrollado allí dentro entre Hércules y Caco.
- ¿Estáis ahí? – gritó una voz desde el exterior.
Sonó tan intempestiva como un trueno en una tarde de sol e hizo dar un salto a Palantea. La joven, que se debatía entre la curiosidad y la repugnancia que le causaba el interior de aquella caverna, fue la primera en salir. Fuera esperaba plantado Urco, con los brazos en jarras.
- Os he visto desde lejos y he subido – dijo el niño a modo de explicación.
- ¿Siempre te presentas así, sin hacer ruido, sin dejarte ver? – le amonestó la pastorcilla –. Ya es la segunda vez que nos sorprendes.
- Es útil viviendo aquí – respondió Urco encogiéndose de hombros –. ¿Queréis que bajemos ya al mercado?
Aceptaron enseguida la propuesta y retornaron al camino. Continuaron bajando por la senda ceñida de montículos de sal mientras Urco les anticipaba lo que iban a ver. Mas no hay explicación capaz de superar lo que la vista, más diáfana que las palabras, nos enseña. Y así, cuando el camino quedó despejado y vieron el panorama que se ofrecía a sus pies, quedaron boquiabiertos.
Una gran corriente de agua, armada con un islote afilado como la punta de una lanza, bajaba de frente en dirección al valle de Murcia, como si su intención fuera entrar de lleno en él. Sus ondas relampagueaban como la plata bruñida. Inesperadamente, el padre Tíber trazaba una gran curva hacia la izquierda y corría a ocultarse tras los farallones del Aventino, dejando a su paso un área lacustre donde crecían los matorrales y abundaban las charcas. Ante sus orillas, en una enorme explanada, decenas de animales mugían, balaban, gruñían, mientras hombres y mujeres les examinaban las patas, les palmeaban los lomos o tiraban de ellos para mostrarlos a los compradores.
Urbano Lacio, tras contemplar el Tíber unos instantes, echó a correr hacia él con los brazos abiertos, dando saltos y gritos y dejando atónitos a sus compañeros.
- Aquello es el Ara Máxima de Hércules – dijo Urco a Palantea, retomando el camino a paso normal. Le señaló, a la derecha, un punto en el valle cercano a un cruce de caminos. Tres eran los que confluían en ese lugar: el que ellos mismos estaban siguiendo, que continuaba hasta el vado del río y se reanudaba en la otra orilla, ya en tierra etrusca; la antiquísima senda que, arrancando del valle, seguía el curso del Tíber y conducía a Ostia y, por último, la vía que recorrían los comerciantes de sal para llevar el preciado producto a la tierra de los sabinos y otros pueblos del interior, conocida ya con el nombre de vía Salaria.
Palantea no daba señales de haberlo escuchado, caminaba extasiada mirando a su alrededor. El mercado de Alba Longa era extenso, pero mucho más angosto y jamás reunía tantos animales. Aquí, en cambio, constituían una masa móvil, una mezcolanza de cuernos y lomos de diversas coloraciones, una baraúnda de voces distintas mezcladas entre sí con extraña armonía. Al fin, la pastorcilla pareció despertarse de un sueño.
- Me gustaría ver de nuevo a tu madre – dijo, mirando de pronto a Urco –. ¿Estará en el mercado?
- No. Pero, si quieres, podemos ir a mi casa. Así verías también a Bona y sus cachorros.
Dudó la pastorcilla. Quería disfrutar de aquel singular espectáculo y no disponía de mucho tiempo. Aquella misma tarde debía regresar a Alba Longa con Énule o sin ella, pues su ama Kritubis difícilmente entendería un retraso mayor. Aún no le había respondido al niño cuando alcanzaron el valle. Alrededor del Ara Máxima de Hércules varias personas esperaban su turno para ofrecer un sacrificio y Palantea expresó su deseo de asistir a uno de ellos. Negó Urco con la cabeza: Hércules prohibía a las mujeres acercarse a su altar. No sabría decirle cuál era la razón. Palantea quedó desconcertada. Propuso entonces ir a la orilla del río a buscar a Urbano Lacio antes de decidir qué hacer.
Lo encontraron cerca del vado, contemplando la corriente. Incluso en esa época de bajo caudal, el padre Tíber fluía majestuoso. En sus riberas crecían cañas y arbustos entre los cuales se detenían, mansas, sus aguas más externas. Innumerables pájaros cantaban, zumbaban los insectos, ratas y serpientes de agua se deslizaban silenciosas y apenas se dejaban ver como un reflejo bajo la superficie. Susurraban las ondas una música que cautivaba los sentidos, tal vez era la voz de alguna ninfa de las muchas que moraban en los alrededores o la del propio dios que quería enamorar a alguna de ellas. Era un río sacro, dador de vida. No era lícito bañarse en sus aguas sin motivo ni ofenderlo arrojando objetos.
- Si en verano resulta tan impresionante ¿cómo será en invierno, cuando su seno llegue cargado de agua impaciente por alcanzar el mar? – dijo en voz alta Urbano Lacio. Estas palabras produjeron una gran inquietud en Palantea, que se agitó sin saber por qué. Acostumbrada a la quietud del lago Albano, la idea de aguas tumultuosas y revueltas la asustaba.
- ¿Por dónde se desborda? ¿Hasta dónde llegan las crecidas? – preguntó Urbano girándose hacia Urco con la curiosidad asomándole a los ojos.
- Inunda todo esto – respondió el niño abarcando la ribera entera con el brazo extendido –. El inicio de la vía Salaria desaparece bajo el agua y entonces las barcas se meten por aquel valle – dijo señalando el Velabro, entre la colina del Capitolio y la del Palatino –. Eso si el río está calmo, porque de lo contrario… Con el agua está alta se usa un embarcadero junto a aquella colina y otro al pie del Palatino, casi a la puerta de mi casa.
- ¿Tú vives ahí? – se asombró Palantea.
- Bueno, en realidad vivo en la cima, allí mismo – y señaló la cumbre del Palatino más próxima al cauce del río.
Palantea y Urbano miraron hacia arriba. Era un lugar muy alto, un talud de pura roca por la parte del río y del valle de Murcia. Seguramente Urco y su familia tendrían que dar un gran rodeo para llegar al mercado. Esto resolvió las dudas de la pastorcilla: no tendría tiempo de visitar a la madre de Urco, Acca Larentia, y así se lo hizo saber al niño.
- ¡Pero si no está lejos! – respondió éste –. Podemos subir en un momento. Desde aquí no se ve, pero hay una escalera tallada en la roca. La hizo Caco con sus propias manos.
- ¿Una escalera para subir una montaña? – observó Palantea, incrédula –. ¿Por qué iba a hacer semejante trabajo un ladrón que tenía su cubil en el Aventino?
Urco respondió que, según se creía, Caco había tenido su morada en el Palatino y sólo usaba la gruta para guardar su botín. En la colina se veneraba a Caca, su hermana. Debió ser una buena mujer.
Mientras hablaban se habían acercado al Palatino. Ni el cronista oral ni la pastorcilla alcanzaban a imaginarse cómo sería esa escalera. Incluso pensaron, aunque no lo dijeron en voz alta, que debía tratarse de otra broma de Urco. Se equivocaron: allí estaba. Los escalones empezaban en la raíz del monte y llegaban hasta la cima. Serpenteaba apenas, adaptándose a las rocas, de modo que éstas sirvieran de apoyo en algunos tramos. No era estrecha ni demasiado empinada, porque la ladera ofrecía en ese punto una moderada inclinación.
Palantea sintió un deseo intensísimo de subir a aquella cumbre, como si una fuerza irresistible la empujara hacia arriba.
- ¡Subamos, pues! – dijo con entusiasmo mientras saltaba sobre los primeros escalones. Se volvió a mirar si sus amigos la seguían justo en el momento en que un pájaro carpintero echó a volar desde un arbusto cercano y quedó suspendido sobre su cabeza durante un larguísimo instante.
NOTA 1: Os pongo aquí un enlace para que veais cómo está esa área en la actualidad:
Ver mapa más grande
NOTA 2: Disculpad la tosquedad de los dibujos, son de trabajo. Los he fotografiado de mi cuaderno de apuntes, pues los que figuran en los libros de los que los he copiado tendrán su copyright. Quizá el primero, que refleja el plano de la Roma arcaica, os sea un poco difícil de interpretar. Daré algunas pistas para quienes conocéis Roma:
a) La presencia de actividad humana permanente está acreditada en el área del actual Foro Boario desde el s. XI a.C., pues ya entonces se celebraba el mercado de animales del que hemos hablado en este capítulo. Esa es, quizá, el área más significativa de aquella Roma a punto de fundarse… Allí están ahora los llamados Templo de Vesta (el redondo) y templo de Portunus (el rectangular)
b) El Ara Máxima de Hércules estaba justo debajo de la iglesia Santa María in Cosmedin (Bocca della Verità). En la cripta – que es visitable – queda el resto de un muro del Ara Máxima de los tiempos de Adriano.
c) La vía Salaria pasaba entre las colinas del Capitolio y el Palatino y atravesaba lo que luego se convertiría en el Foro Romano. Ese valle, al que se hace referencia en este capítulo, se llama el Velabro y en él están la iglesia de San Giorgio al Velabro, el Arco degli Argentarii y el Arco de Jano.
d) La escalera de Caco ha desaparecido casi por completo. En el Palatino, junto a la casa de Augusto y las cabañas del pueblo de Rómulo hay un indicador porque quedan algunos vestigios pero ni se ven ni son visitables. Desde abajo tampoco puede verse bien esa parte, pues queda por detrás de la actual iglesia de Santa Anastasia.
e) El punto señalado con el nº 4 en el plano, es la localización hipotética del antro de Caco. Si no yerro en la interpretación de la ciudad actual, estaría más o menos donde ahora está la Rosaleda Pública. En la vista de Google se distingue porque se ven caminitos formando los parterres de flores, y está atravesada por la vía Valle de Murcia.
f) El camino por el que yo digo que irían Urbano Lacio y Palantea coincidiría (hasta donde es posible) con el que viene marcado en el mapa de Google como “via dei Pubblici”, y se ve bien los quiebros que hace. A ambos lados estaban los depósitos de sal. El camino que se cruza con él y corre a lo largo de la ladera del Aventino paralela al río, es la actual vía de Santa Sabina, también se ve clara en Google. En este capítulo, ni ese camino ni esa área tienen ninguna importancia, pero la tendrá en el futuro.
¡Prometo no volver a marearos más!