- Orden del Senado – vociferan.
Galla está blanqueando la ropa con orín en la lavandería de su ama cuando oye las voces de varias personas que corren por la calle dando aviso del cierre de las puertas. Los vecinos dejan sus labores y se congregan en el pequeño ensanche que hay delante de la lavandería. ¿Qué ocurre? ¿A qué se debe todo este alboroto? Un muchacho llega jadeante.
- ¿Y qué pasa con los que están fuera? – grita Galla.
El muchacho se encoge de hombros. Él sólo repite lo que le han dicho en el foro. No ha preguntado.
Hace ya ocho años que Roma está en guerra contra Cartago. Los romanos han sufrido graves reveses mientras Aníbal se pasea con sus ejércitos por toda Italia. Sus elefantes siembran el pánico en el campo de batalla y aterrorizan a todo el mundo allí por donde aquellas bestias pasan. Pero, hasta ahora, el ejército cartaginés no se había acercado a Roma. Los vecinos enmudecen y se llevan la mano al pecho con pavor. Sus casas están casi al lado de la Porta Capena, son muy vulnerables.
Galla toca en el hombro a su ama y le dice temblando que debe ir a buscar a su hijo. Aunque el ama está turbada, le aconseja esperar un poco. El chico volverá tarde o temprano y no se puede hacer nada si han cerrado las puertas. Sin embargo, no hace ningún gesto para detenerla porque ella misma siente la urgencia de ir a buscar a su madre. Ambas se abren paso entre el gentío en direcciones opuestas.
La esclava llega a duras penas a la Porta Capena. Sortea los animales y las carretas, va de un grupo a otro preguntando con ansiedad si alguien ha visto a su hijo, un niño de ocho años que cargaba un capazo. Es menudo para su edad. Con el pelo rizado y los ojos grandes. Salió de la ciudad al amanecer y ya tendría que haber vuelto. Nadie lo ha visto. ¿Quién iba a prestar atención a un chiquillo? Los soldados de la puerta le ordenan que se aparte cuando se acerca a ellos. Nadie puede salir. Y no, no pueden abrir la puerta.
- Aléjate de una vez – le dicen – No molestes.
Ella sigue buscando por las calles adyacentes, respondiendo a quienes le preguntan por algún pariente extraviado. Pasan las horas. En su aturdimiento, interroga una y otra vez a las mismas personas. Ese hijo es todo lo que tiene, lo que más le importa. Si lo perdiera, querría morirse también. Entra en algunos figones, donde muchas familias que venían de fuera se han refugiado, cansadas de vagar por las calles. En uno de ellos encuentra al campesino a cuyas tierras ha ido su hijo a comprar verduras. Apenas lo ve, Galla se arroja a sus pies llorando.
- ¿Dónde está mi hijo, señor? ¿Ha venido contigo?
El hombre la mira, sorprendido hasta que reconoce en ella a la madre del esclavo que suele ir a su casa. Le ordena ponerse en pie y le pide calma. Cuando le ha llegado el aviso de que se iba a cerrar la ciudad, él y toda su familia han cogido lo más necesario y han venido a refugiarse tras los muros. Su hijo venía con ellos, pero cuando estaban llegando a la puerta, ha dicho que, con las prisas, se había dejado el capazo junto al pozo y debía volver a por él. Insistió en que su ama lo castigaría si perdía el capazo y, además, ya había pagado. No llevaba ni el dinero, ni las verduras, ni el capazo ¿Cómo podía presentarse en su casa así?
La esclava se derrumba. La energía que ha desplegado durante todo el día la abandona de pronto. Su hijo ha quedado fuera de la ciudad, a merced de un ejército. Es aún muy chiquito, no comprende lo que es una guerra ni su brutalidad, no sabe lo que significa ser apresado o muerto. Por las calles que el atardecer y el miedo han dejado desiertas, caminando sin ver, ni oír, ni sentir, vuelve a su casa.
Apenas entra en la lavandería, alguien salta a su cuello con un grito.
La esclava abraza a su hijo, se sienta con él sobre el suelo y rompe a llorar y a reírse, le da pequeños cachetes que antes son caricia que castigo, besos, más besos.
- ¿Cómo se te ha ocurrido volver atrás? ¿Qué importaba un castigo por perder el capazo? ¿Te das cuenta del peligro?
- Quería ver a los elefantes, madre – le contesta el niño. Y añade con orgullo – ¡Soy el único del barrio que los ha visto!
NOTA: El asedio de Aníbal a la ciudad de Roma se produjo en el año 211 a.C. Los elefantes eran desconocidos para los romanos y causaban pánico.