- Chisssss – dice él entre risas –. No grites de esa manera. Pareces una ratita.
- ¡Pues no me hagas reír!
- ¡Vamos, vamos! Un beso más. Sólo uno.
Ha caído la noche. La luna, en cuarto menguante, lanza algunos rayos plateados sobre el suelo y permite distinguir las campanillas azules que crecen entre la hierba. La estatua de piedra de un ciudadano romano ha sido invadida por plantas trepadoras que quizá no tarden en alcanzarle el cuello. El sepulcro de al lado le hace sombra durante el día, de modo que la humedad y el verdín se expanden libremente por la piedra y las hojas. Hace tiempo que nadie viene a cuidar la tumba, es evidente. Por eso el suelo a sus espaldas resulta tan adecuado.
Mientras la pareja retoza sobre el recuadro de hierba, la luna ilumina un instante a un hombre que se mueve con sigilo entre las tumbas y arroja su sombra fugitiva sobre el rostro de la mujer. Pero ella tiene los ojos cerrados y la cabeza de su amante hundida en el cuello. No la pueden ver. Ni tampoco a las otras dos figuras deslizándose a poca distancia, agachadas y silenciosas, seguramente descalzas para no hacer ruido. Si cruje alguna hoja o se oye un ligero siseo, los amantes lo atribuyen a los animalillos nocturnos que suelen husmear entre las tumbas.
- Es hora de marcharme – dice ella.
- ¿Tan pronto? Quédate un poco más.
-
Imposible – responde. Se incorpora hasta quedar sentada y con coquetería se recoge el cabello y comienza a sujetarlo con peinecillos. La claridad arranca destellos nacarados de su cuello y su espalda. Ella lo sabe y no se apresura a colocarse la túnica. Gira un momento la cabeza y ve a su amado tendido allí, contemplándola como si fuera una diosa. Hacía mucho tiempo que Lolia no se sentía tan feliz.
Mientras acaba de vestirse, echa una mirada en dirección a Roma. A doscientos pasos de donde ellos están, las ventanas de una posada arrojan luz a la vía Appia. Dos hachones brillan a ambos lados de la puerta, aunque no hacen falta. Nadie sale de la ciudad ni circula por las vías después de la puesta del sol. La oscuridad es muy peligrosa. Y más aún en los tramos próximos a las murallas, donde las tumbas se ciñen a ambos lados del camino y ofrecen refugio a los malhechores. Sin embargo, Lolia está tranquila. Cualquiera lo estaría si su acompañante fuese un guardia del emperador
Hace dos meses que se conocieron. No muy lejos de aquí, cinco o seis tumbas más allá de ésta. Ella acababa de enviudar y todas las tardes se acercaba paseando hasta el sepulcro de su marido. Lo echaba de menos. Y no le importaba que se hiciese tarde: su padre era el dueño de la posada, ella se había criado allí y conocía muy bien estos parajes.
No tardó mucho en fijarse en él. Llegaba siempre con el último relevo, a media tarde. Una fila de soldados y un oficial recorrían la vía para sustituir, uno a uno, a los que vigilaban desde el alba. Una tarea solitaria, porque estaban apostados a bastante distancia unos de otros. Y no muy agradable: montaban guardia al pie de las cruces en las que se ajusticiaba a los reos de baja estofa, esclavos y extranjeros, a fin de impedir que los familiares retirasen los cadáveres. Parte de la condena era dejarlos sin sepultura, expuestos durante meses o años, para que sirvieran de ejemplo.
También él se había fijado pronto en la viudita. Se la veía tan joven. Y muy apenada. Una tarde, el viento soplaba con tanta fuerza que el cestillo con las ofrendas que llevaba la viuda a la tumba de su esposo salió volando. No había nadie más en la vía. Y él sintió de pronto deseos de ayudarla. Recuperó para ella el cestillo y así hablaron por primera vez. Con el paso de los días sus conversaciones se fueron alargando, él contaba las horas que faltaban para el encuentro y ella volvió a reír. Descubrieron que detrás de la estatua de piedra de un ciudadano romano la tierra estaba mullida, que allí no llegaba el hedor de los crucificados y nada les impedía gozar del amor.
-¿Vendrás mañana? – pregunta él cogiéndole la mano y mirando con ternura a su amada. Y, en ese mismo instante, se da cuenta que algo va mal.
- ¡Por todos los dioses! – grita. Se levanta de un salto, coge la espada y corre en dirección a las cruces. Lolia se asusta, grita también y se agazapa detrás de la estatua. Los gritos de él se extienden por los alrededores, se le oye maldecir, dar pequeñas carreras y golpes. Al fin se acerca jadeante a ella.
- Han robado uno de los cadáveres – dice temblando –. Estoy perdido. Me castigarán con la muerte por descuidar la guardia.
Sobre la pareja se abate una oscuridad mortal. Las nubes ocultan la luna y la desesperación los vence. Él trata de convencer a Lolia para que se refugie ya en la posada de su padre. Pero ella se niega y no cede a sus presiones. Teme que su amante, abatido, se quite la vida. No quiere que muera.
Desesperadamente piensa, mira a su alrededor. ¿Está seguro de que se lo han llevado? ¿No se habrán asustado los ladrones al oírlo y lo habrán dejado caer en alguna parte? Quizá puedan encontrarlo. Pero él niega con la cabeza. Es consciente ahora de haber oído ruidos, pero no les dio importancia. No hay nada que hacer, su suerte está sellada. Mañana estará muerto. De pronto, Lolia se pone de pie.
- Tengo una idea – . Y sin decir nada más, lo coge de la mano y lo obliga a seguirla.
Durante varias horas ambos trabajan sin descanso, codo a codo. Utilizan unas ramas de ciprés y la lanza de él como palanca. Al fin, apoyan una escala de madera a la cruz y, a duras penas, ayudándose de las ropas de amortajar y varias cuerdas, izan un bulto informe y lo atan. El clarear del día los sorprende exhaustos. Desde el pie de la cruz, la mujer urge a su amante para que concluya. Él quita los últimos paños antes de bajar y apartar la escalera. Examinan su obra. La corrupción deforma y destruye, no permite distinguir a un muerto de otro.
Y juntos lloran, de pesar y de alivio, al contemplar crucificado el cadáver del marido de Lolia.
*Detalle de una escultura Cupido y Psique. Rodin.
**Detalle de escultura masculina. Villa Doria-Pamphili. Roma.
***Detalle de escultura femenina. Museo Massimo alle Terme. Roma.
****Detalle de relieve con un soldado. Museo Centrale Montemartino. Roma.
*****Detalle del Foro de Trajano de noche. Roma.
******Circo Máximo. Roma.
*******Flores en la terraza de isabel romana. Valencia.
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