La tormenta se
había desplazado hacia el sureste pues, tras las lluvias de la tarde anterior,
el cielo sobre las colinas había amanecido azul mientras, en la lejanía, un
velo gris enturbiaba el perfil de los montes Albanos. En la cabaña de Fáustulo,
sobre la cima del Palatino, había cierta conmoción. Ya al amanecer había
acudido un pastor a avisar al mayoral y darle cuenta del mortal altercado
acontecido la víspera. La pesadumbre y la preocupación del anciano y su esposa
fueron muy grandes y confirmaban sus presagios peores. Mandaron llamar
enseguida a su hijo Urco, quien acudió acompañado de Hortensio. Algo calmados
los ánimos, los tres hombres comenzaron a debatir sobre cuál sería la acción más adecuada, como deberían actuar. Según las noticias, los hombres del Aventino
habían empezado la pelea. ¿Convenía esperar la llegada de un mensajero trayendo
alguna explicación por parte de Caius? ¿Debería el propio Fáustulo pedirla?
Las
mujeres abandonaron la cabaña. Fausta, contagiada de la agitación producida en
su casa, se apresuró a ir a buscar una cabra para ordeñarla y llevar la leche
al lobato. Acca Larentia, por su parte, buscando serenidad y el auxilio de los
dioses descendió por la escalera de Caco llevando un recipiente con dos medidas
de vino para ofrendárselas al Tíber. Solía hacerlo todos los días al amanecer,
pero las noticias recibidas esa mañana y la conmoción consiguiente la habían
retrasado y ahora bajaba con prisas y una gran turbación.
-
Siempre me he preguntado por qué haces tantas libaciones al río, madre – dijo
Remo sorprendiéndola por la espalda, pues ya ella había traspasado la altura
donde estaba la cueva de Fauno y los refugios de sus hijos.
La
mujer se sobresaltó y se giró enseguida. Sus ojos llenos tristeza y temor se
posaron sobre el rostro de su hijo. De un par de zancadas Remo la alcanzó, se
colocó en un escalón inferior al suyo y le besó una mano.
-
¿Has oído ya las nuevas? – añadió con una sonrisa radiante de satisfacción.
-
Las he oído, sí. Y no encuentro en ellas ningún motivo de alegría – respondió
Acca reanudando el descenso –. ¿Qué os pasa a tu hermano y a ti? ¿Habéis
perdido la razón y la memoria?
Habían
alcanzado ya los pies de la escalera y empezaron a bordear el bosquecillo en
torno al estanque para llegar a las orillas del río. El suelo estaba muy
encharcado por la parte cercana a la ribera y era difícil e incómodo andar por
allí. Caminaron un rato en silencio. Al poco Acca se detuvo y miró a Remo de
frente.
-
No me has contestado. ¿Cuántas veces os he repetido y hasta os he suplicado que
no os acercarais al Aventino? ¿No me lo has oído decir toda la vida? – Y ante
la sonrisa burlona del muchacho, prosiguió –. Te contaré un secreto: cuando aún
andabais inseguros y a trompicones, un día os escapasteis de mi vigilancia
mientras yo recogía agua. Os había dejado sentados allí, exactamente – dijo
señalando un alto matorral de mirto junto al cual había una piedra redonda –
Aún no sé cómo lo hicisteis, pero cruzasteis el valle y llegasteis al pie de
aquellos farallones del Aventino.
Calló
durante unos instantes, absorta en el recuerdo. Remo la escuchaba con atención,
siguiendo la dirección de su dedo índice, con el cual ella señalaba los
lugares.
-
Mientras iba corriendo hacia vosotros, un águila enorme se abatió sobre Rómulo
y casi se lo lleva volando por los aires. Sólo mis gritos desesperados y el
auxilio de un pastor que recogía miel de una colmena allí cerca, lo libraron de
ser cazado y devorado como un lechón. ¿Cabe un presagio más funesto? Tu hermano
sufrió pesadillas durante muchas noches y yo también. El Aventino es para
vosotros un lugar infausto, un peligro constante. Por ese motivo os he pedido
siempre manteneros a distancia.
-
Con Rómulo lo has conseguido bastante bien, hasta ayer – respondió Remo con un
deje de burla.
-
Y por si fuera poco, habéis agravado el riesgo al matar a pastores de allí sin
mediar razones de importancia. El daño infligido a otros se vuelve contra uno
mismo, ¿aún no lo sabéis?
-
No te exaltes así, madre. ¿Qué tamaño habría de tener un águila para cazarnos
ahora? Mi hermano pesa menos que yo, pero con todo… – respondió Remo sin
abandonar su tono festivo. Trató de levantarle la barbilla con un dedo –.
¡Sonríeme! Somos ya unos hombres y nos hemos defendido como tales. No estarías
orgullosa de nosotros en caso contrario ¿Y qué gritos no darías si nos
hubiéramos dejado matar?
Rechazó
Acca seguirle el juego y se mostró ofendida por la ligereza de su actitud y sus
palabras. Reanudaron la marcha y llegaron a la orilla del río.
-
Hace un momento querías saber la razón de mi doble libación al padre Tíber –
dijo Acca –. Te la diré ahora mismo: una es para pedir venganza por el daño que
me hicieron unos sujetos malvados; la otra, para agradecerle al río un regalo
muy importante. ¡No me privéis tu hermano y tú del motivo principal para seguir
haciéndole estas ofrendas!
-
¿Quién te hizo daño? – respondió con rapidez Remo –. ¡Yo cumpliré tu venganza!
Dime enseguida quién es.
-
Lo haré cuando llegue el momento. Y ahora, hijo mío, júrame que no volverás a
acercarte al Aventino.
-
No te lo puedo jurar, madre.
-
¡Al menos hasta que termine vuestra iniciación!
Sonrió
Remo. Sólo faltaban dos días para la fiesta Lupercalia, cuando tendrían lugar
los últimos ritos y entrarían a formar parte de la sociedad adulta. Aunque se
le antojaba una privación muy dura, tras lo ocurrido la tarde anterior sería
mejor esperar unas cuantas jornadas antes de hacerle una visita a Flora.
-
Sea como tú quieres – respondió al fin – Juro por el dios Fauno no pisar el
Aventino hasta haber concluido mi iniciación. ¿Estás contenta?
- No –
respondió Acca –. Pero me quedo algo más tranquila. Y ahora, márchate. Quiero
hacer mi libación en recogimiento.
Cuando tuvo lugar
el encuentro entre Remo y Acca Larentia, los muchachos habían terminado de
arreglar, siquiera precariamente, uno de los refugios. Como sólo les restaban
por dormir en ellos esa noche y la siguiente, no merecía la pena dedicar mucho
esfuerzo a su reparación. Por ello habían decidido adecentar el más grande, es
decir, el de Remo y los Fabios donde, aunque con estrechuras, cabrían todos.
Precisamente la presencia de Remo junto a la escalera de Caco se había debido a
la tarea de recoger las pieles y enseres trasladados allí la noche anterior
para devolverlos de nuevo al refugio.
Concluida
gozosamente esa tarea realizada en común, se separaron los dos grupos, si bien
en ambos latían los mismos deseos: dejarse ver tanto como fuera posible por los
habitantes del Septimontium y los demás jóvenes que en otras áreas cercanas a
sus casas realizaban su iniciación y la concluirían, como ellos, dos días más
tarde. Necesitaban pavonearse de su hazaña, recibir la admiración y las
felicitaciones de sus vecinos. Eran ya unos hombres y habían dado la medida de
su valor.
Su
pretensión no era exagerada. La noticia de la pelea en el valle de Murcia entre
pastores del Palatino y del Aventino se había difundido con rapidez por todo el
habitado. Aunque vivían en núcleos dispersos, los vecinos se encontraban en los
caminos, en las fuentes y en los pastos, acudían a pedirse un favor, o a
visitar a un enfermo, o a prestarse ayuda. Y así, de un grupo de cabañas a otro
las hablillas y los chismes avanzaban y se extendían como una mancha de aceite.
La victoria de los dos hermanos y sus compañeros había producido un sentimiento
general de orgullo y satisfacción.
Rómulo
y los Quintili tomaron su ruta preferida y se dirigieron hacia el foro rodeando
la ladera del Palatino por el valle del Velabro. La vista de las imponentes
rocas del Capitolio, en cuyas cumbres surgía la ciudad de Saturnia, ejercía
sobre Rómulo una fascinación especial. En la ribera izquierda del Tíber no
había otro lugar más sagrado y así lo percibía él. Allí los peñascos llegaban
desnudos hasta la superficie llana sin la concesión de una falda boscosa que
suavizara su aspereza, como ocurría con las demás colinas. Emanaba una potencia
especial.
Un
silbido lo sacó de su caminar ensimismado. Parecía venir del valle del foro.
-
¡Eh, mirad! Es Orison – dijo Gordio Quintili señalando un punto junto al
riachuelo. En ese momento, volvió a oírse el silbido y el bandido los llamó con
un amplio gesto de la mano. A su lado los caballos pastaban al sol. No
necesitaron nada más los muchachos para lanzarse a la carrera hacia el valle.
-
¡Así que ya habéis matado hombres...! – dijo a modo de recibimiento Orison –.
Robar es bastante más sencillo. ¿Os uniríais a mi banda? Siempre hay sitio para
los valientes.
Ante
el silencio asombrado de los muchachos, el bandido rompió a reír. La anciana
Elia se hallaba unos pasos atrás, recogiendo hierbas y de espaldas a ellos,
pero volvió un momento la cabeza y al ver a los jóvenes, se enderezó.
-
Tú eres el hijo de Acca Larentia – dijo mirando fijamente a Rómulo. Escrutó con
la vista toda su persona y se detuvo largamente en el rostro. El muchacho la
observaba también. Era muy anciana y la piel de las manos se le pegaba a los
huesos, pero el brillo intenso de sus ojillos diminutos le otorgaba vitalidad.
La mirada de esa mujer atravesaba la carne y penetraba en la persona a la cual
miraba.
-
No has nacido para el bandidaje, aunque serías un buen jefe – Y bajando la voz
de una manera extraña e innecesaria, porque los demás se habían alejado de
ellos para acercarse a los caballos, añadió -: Ve con cuidado.
-
¿De tu hijo Orison?
La
anciana negó con la cabeza y con la mano para indicar que su hijo no
significaba para él ningún peligro. Luego se acercó un poco más y agarró al
joven del brazo. Éste inclinó la cabeza para escucharla mejor.
-
¿Has visto alguna vez a un buey preocuparse por una mosca? Se la sacude de
encima moviendo su cola y no le da ninguna importancia. Sin embargo, el otro
día, un toro se volvió loco de dolor y rabia por la picadura de un escorpión y
casi os arrolla a todos. ¿No es infinitamente más grande y más fuerte un toro
que ese animal oculto bajo las piedras y de cáscara frágil? El pequeño puede
derribar, a veces, a quien es mucho más grande.
Rómulo
no daba signos de estar comprendiendo el sentido de las palabras de la anciana
y la miraba perplejo. Elia no se detuvo.
-
Así como el escorpión no sabe que es un escorpión ni conoce su capacidad para
dañar a un toro, tampoco tu hermano y tú sabéis quienes sois, ni cuánta locura
puede provocar vuestra mordedura en un gigante - dijo la anciana. Se golpeó la
frente repetidamente con el dedo índice mientras añadía -: usa esto. Y escucha
a las mujeres sabias, pues por sus bocas sale la verdad.
-
Te agradezco tus consejos, anciana, pero no te comprendo bien.
-
No importa. Tú recuerda mis palabras. Las entenderás cuando llegue el momento.
NOTA: Éste es el capítulo 13 de la
historia de Remo y Rómulo. Si no surgen contratiempos, colgaré los siguientes
los días jueves 21, martes 25 y jueves 28. Se que esa última semana será ya
Semana Santa en muchas comunidades de España (no en la valenciana, que la
empieza más tarde), pero así evitaré cortar la serie. Con el último, que será
el nº 16 concluirá la primera parte de esta historia. Procuraré iniciar la
segunda parte tan pronto como pueda, aunque sé que todos comprendéis que debo
hacer un pequeño descanso y prepararla.