- ¡Vamos, vamos! – dice mi ama dando palmadas e interrumpiendo mi sesión matutina de sueño y sol en el jardincillo de casa – Mi madre está dispuesta a ir al templo de Carmenta. ¡Debemos aprovechar la oportunidad para ir con ella!
La perspectiva de salir a la calle, cualquiera que sea el “vehículo” que escojan hoy para mí, me llena de alegría. Me levanto de un brinco y ya estoy lista. Mi ama ha ido corriendo hasta su cuarto, seguramente para coger un manto bien abrigado pues, aunque el sol se cuela entre las nubes, hace frío. Voy tras ella.
- Vendrá también mi prima Emilia – añade mientras abre de golpe el baúl y, sin esperar que venga una esclava, empieza a revolverlo –. Supo hace unos dias que estaba embarazada y quiere honrar a Carmenta. Hoy es su fiesta. Mejor dicho, es su segunda fiesta, porque hace cuatro días se celebró otra en su honor. ¿Dónde estará mi calzado de lana?
Ruda entra trayendo consigo lo que mi ama buscaba sin éxito: un bulto informe en el que se distinguen bandas de lana gruesa. Mi ama se sienta enseguida y la esclava comienza a hacer su trabajo. Le coloca en la planta del pie una capa de paños a modo de suela, y la sujeta al empeine y al tobillo envolviéndolos con las bandas. Le da muchas vueltas y, cuando termina, parece haber creado un calzado mullido y caliente.
- Al templo de Carmenta no puede entrar nada que esté hecho con cuero ¿sabes? – dice mi ama al fin, dándose cuenta del asombro con el que observo y olisqueo el resultado en uno sus pies, envuelto casi como el de una momia –. Es la protectora de los nacimientos y siendo el parto un trance muy peligroso ¡no vamos a ser tan estúpidas de comparecer ante ella vistiendo o calzando materiales que procedan de animales muertos! En ese momento crucial todo debe estar a favor de la vida.
Esperamos a Emilia sentadas al sol. Mi ama permanece callada mientras observa el movimiento de las hojas de los arbustos que aún no las han perdido. Parece melancólica. Pongo mi pata izquierda sobre su muslo para recordarle que estoy aquí. Enseguida sonríe y me habla.
-Tengo una sorpresa para ti. Hoy no iremos a pie, sino cómodamente sentadas en un “carpentum”. Sólo tiene dos ruedas, pero resulta muy confortable. ¡Iremos tan tiesas y orgullosas como las matronas!
Me pongo tensa. No me gustan los carros. Bastante tuve ya con venir traqueteando en uno de ellos, encogida entre los barrotes de una jaula. Mi ama percibe la tensión en mi lomo.
- No tengas miedo – dice –. Te gustará. Y más cuando sepas la que se armó en Roma por esa causa. ¡Las matronas se negaron a tener hijos para defender su derecho a usar el carro dentro de la ciudad! El Senado lo había prohibido unos años antes, junto con otros signos de lujo o de alegría, porque Roma estaba en guerra contra los cartagineses. Pero una vez acabada la guerra, se levantaron todas las prohibiciones, menos esa. ¡Y las matronas se pusieron furiosas!
A mi ama se le ilumina el rostro y me dirige una de esas miradas pícaras que le encienden los ojos cuando algo la regocija.
-¿Te imaginas la conmoción que hubo en el foro cuando se conoció su decisión de no volver a yacer con sus maridos? ¿Y las discusiones en todos los hogares a la vez? Algunas embarazadas incluso abortaron: estaban decididas a no parir ni un solo ciudadano más.
Por primera vez desde que estoy en Roma, me admiro. La idea es buena. ¿Qué ocurriría a una ciudad si se quedase sin nuevos ciudadanos que asegurasen su continuidad, la defendieran, la gobernaran y la hicieran prosperar y crecer?
- Al final el Senado cedió y las matronas aceptaron seguir teniendo hijos. – continua mi ama –. Debían invocar de nuevo la protección de Carmenta, pero su fiesta ya había pasado. “Bueno”, dijeron ellas, “ le levantaremos un templo, instituiremos otra fiesta y acudiremos solemnemente a ella luciendo nuestros carros”.
- Ama – nos interrumpe una esclava – tu noble prima Emilia y su madre han llegado ya.
Sin darme tiempo a reaccionar, mi ama me agarra por el pescuezo y se levanta. De nada me valen los maullidos desesperados ni ninguna otra clase de resistencia. Y así, asustada y humillada, me conduce hacia la puerta. Y me pregunto qué hubiera hecho en mi situación una matrona…
NOTA 1.- A Carmenta se la festejaba el 11 y el 15 de enero. Seguramente dedicaré otra crónica a explicar dónde se hallaba el templo y otras curiosidades… Quiero agradeceros a todos la paciencia y amabilidad mientras estoy en precario. Espero recuperar pronto la completa normalidad con el pc. y visitaros a todos.
NOTA 2.- Mi agradecimiento a Mis Lizzie Crabb por el estilo y la inocencia con que posa para estas crónicas. Es la gatita de Alyxandria Faderland
y fotografiada por ella. Buenos Aires. Argentina
* Gato anónimo al que le interrumpí la siesta en el Palatino. Roma.
** Detalle de relieve. Museo Nacional Altemps. Roma.
*** y **** La gatita Mis Lizzie Crabb. Buenos Aires. Argentina.
***** Detalle de vincas en la terraza de Isabel Romana. Valencia. España.diosas mujeres gatos crónicas Roma