- Sabes que no puedo permitírtelo, querida mía – le responde –. Ni por nuestro bien, ni por el del hijo que ha empezado a crecer en tus entrañas. No me cansaré de recordarte lo arriesgado e inconveniente que es lo que me pides, lo cauta que debes ser. Eres un alma inocente, Psique, y estás en peligro. Nuestro hijo será un dios sólo a condición de que no me veas ni sepas quién soy. De lo contrario, será mortal y, por lo tanto, quedará condenado a morir. ¿Es eso lo que quieres?
- Desde luego que no – protesta Psique –. Quiero el mayor bien para mi hijo. Pero no alcanzo a comprender en qué podría perjudicarnos el ver a mis hermanas.
Con súplicas y razones de una y otra parte, transcurre la noche. Abrumado por las lágrimas de Psique, el marido da su consentimiento antes de marcharse al alba, rogándole que se abstenga de hablar de él y cierre los oídos a las palabras maliciosas de sus hermanas. Ella accede sin reflexionar, pensando ya en la satisfacción de verlas, notificarles su embarazo y recibir felicitaciones y consejos para afrontar su próxima maternidad.
En los lomos del viento llegan las hermanas, como la vez anterior, y pasan la jornada con Psique. Sólo que esta vez se marchan más enfadadas: su hermana menor les sigue mintiendo respecto a su marido. Ahora, a sus insistentes preguntas ha respondido que es un comerciante que ya peina canas. ¡Como si ellas fueran tontas! Es evidente que Psique no ha visto a su marido, señal inequívoca de que se trataba de un dios. En tal caso, también lo será su hijo. Y lo peor de todo: si Psique se convierte en madre de un dios, terminará siendo diosa ella misma. Esta es una ofensa contra sus personas que de ningún modo piensan tolerar.
Rebosantes de odio, las envidiosas vuelven a sus respectivas casas decididas a terminar de elaborar el plan para derribar a su hermana de una posición tan prominente. Y tan pronto han determinado qué hacer, se apresuran a visitar de nuevo a Psique. Con tanta prisa, que ni siquiera aguardan a que el viento les hinche las ropas, sino que se lanzan al abismo, donde Céfiro, aunque de mala gana, las recoge al vuelo y las deposita sanas y salvas en el prado.
Psique se siente muy complacida por la sorpresa. Cierto que su marido no cesaba de prevenirla contra ellas. Sin embargo ¿no pesaba más la presencia de sus hermanas que las palabras de un marido que era apenas una voz y una sombra sin rostro?
- Hoy no tenemos tiempo de baños ni banquetes, querida Psique – le dice la hermana mayor apenas se encuentran – Hemos venido a toda prisa para ponerte en guardia. Tu hijo y tú corréis un gran peligro.
- Debes estar confundida, hermana – responde – Nadie sabe que estoy aquí.
- ¿Llamas nadie a tu propio marido? – pregunta la otra – Dinos la verdad: no lo has visto nunca. ¿Es así?
Psique, con el semblante pálido, hace un gesto afirmativo.
- Pues mira de lo que nos hemos enterado: es una serpiente monstruosa, larga y horrible.Y no te ha devorado hasta ahora porque aguarda el momento más conveniente . Dejará que tu vientre se hinche y, cuando estés bien gordita, a punto para el alumbramiento, te engullirá.
- Muchos cazadores y pescadores lo han visto, de noche, atravesar el río. Y, además, ¿tienes tan poca memoria que no recuerdas el oráculo que te trajo hasta aquí? ¿No decía bien claro que serías la esposa del monstruo más horripilante de todo el universo, un ser tan espantoso que hace temblar al propio Júpiter? ¿No ordenó que instalaran en la roca un tálamo fúnebre? ¿No te despidieron nuestros padres como si tu boda fuese un funeral? Cuando te esté zampando y no puedas liberarte de sus asquerosas fauces, ¡no podrás argumentar que tus hermanas no te han avisado!
Psique, aterrorizada y bañada en llanto, apenas acierta a responder.
- ¿Qué puedo hacer? Decidme ¿conocéis algún modo de salvarme y salvar a mi hijo?
- Para eso hemos venido, querida niña. Es muy sencillo lo que has de hacer – responde la mayor – Coge una navaja de afeitar muy afilada y escóndela entre las ropas de tu cama, donde te sea fácil encontrarla. Prepara un candil bien cargado de aceite y escóndelo encendido bajo un celemín. Cuando el monstruo duerma, alúmbrate convenientemente y córtale el cuello sin dudar. De un solo tajo, si es posible.
Psique tiembla con tanta violencia, que le fallan las piernas y se deja caer sobre la hierba del prado.
- ¡Hazlo! – le repiten las dos hermanas a la vez, señalándola con los índices extendidos. – Y en cuanto haya muerto el monstruo, vendremos a buscarte y, junto con todos tus tesoros, volveremos a casa. Te buscaremos un marido humano, como has deseado siempre. Actúa rápido, Psique. No dispones de mucho tiempo.
Y con estas siniestras palabras se ponen en brazos de Céfiro, dejando a su hermana caída en el suelo.