En el último post que introduje acerca de mi novela breve titulada LA FUNDACIÓN DE ROMA (Colección de mitología GREDOS), os puse el comienzo de esa novela, cuyo primer capítulo se titula ¡Sacrilegio!
Y así continúa:
"Una de las criadas que molía
grano en la puerta de la casa de las vestales dejó a un lado la maza del
mortero, entró en la cabaña y llamó a la vestal máxima.
—La reina viene hacia aquí —dijo
con el espanto pintado en el rostro.
—Vuelve a tu sitio y sigue con tu
tarea. —La anciana dio varias palmadas para llamar la atención del resto de
habitantes de la casa. —Avisad a Rea Silvia. Y recordad: no digáis ni una palabra,
salvo que os pregunte.
Una doncella le tendió su velo
anaranjado, la ayudó a colocárselo y le arregló la caída por la espalda. Una
vez estuvo lista, la vestal máxima salió a la puerta para recibir a la esposa
del rey Amulio. Esta, ataviada con un manto de lana de color púrpura, avanzaba
por la vía que recorría Alba Longa de un extremo a otro. Un par de soldados le
abrían paso, mientras los niños corrían y gritaban alertando a los vecinos.
Seguida por cuatro siervas, la soberana saludaba con la cabeza a los albanos
que se acercaban al grupo a curiosear. Se desvió para recorrer el breve tramo
de tierra batida que conducía a la casa de las vestales y el santuario de
Vesta. Erguida delante del umbral, la sacerdotisa hizo una leve inclinación de
cabeza y esperó. Solo después de que la reina, a regañadientes, se hubiera
inclinado para besarle el borde de la túnica, se apartó y le ofreció entrar.
—Estoy muy preocupada por mi
sobrina, vestal máxima —dijo a modo de saludo mientras se despojaba de su
manto, tomaba asiento junto al fuego del hogar e inspeccionaba toda la sala.
Detuvo la vista en uno de los telares—. ¡Espero que no la hayas obligado a
tejer tan cerca de la puerta! Las corrientes de aire son malísimas y Rea Silvia
siempre ha tenido el pecho muy delicado. O quizá la hayan enfermado esas largas
sesiones vigilando que no se apague el fuego sagrado de Vesta… ¡No sé qué sería
de Alba Longa si descuidarais la dedicación a nuestra diosa protectora! Quiero
verla.
—Lo siento señora, solo las
vestales podemos acceder al santuario...
—Me refiero a Rea Silvia
—interrumpió la reina, poniéndose en pie con una afable sonrisa—. Lo menos que
puedo hacer es brindarle mi consuelo.
Durante un largo instante solo se
oyó el crepitar del fuego. La vestal máxima se levantó y se dirigió hacia el
último de los cinco vanos que abrían al salón. Apartó la cortina y la mantuvo
alzada para que pasase la reina. El interior era un espacio angosto y oscuro. A
la escasa luz que entraba desde el salón, se fue perfilando, ceñido a la pared,
un lecho hacia el cual se inclinó la anciana sacerdotisa.
—Rea Silvia, ha venido a
visitarte la reina. —Luego se irguió y aclaró en voz baja a su visitante—. Está
adormilada. Nuestra sanadora recomienda que descanse mucho y le administra unas
infusiones a tal fin.
Del camastro surgió un gemido y
un leve movimiento. Tumbada de lado y de espaldas a la puerta, la joven volvió
su rostro hacia la Vestal Máxima y la esposa de Amulio. Esta, que se había
puesto una mano delante de la nariz y la boca antes de entrar, la retiraba poco
a poco y olfateaba el aire. No olía a cataplasmas, ni a putrefacción, ni a
lugar cerrado. Escrutó el rostro de Rea Silvia. Parecía ojerosa. Sin embargo,
llevaba el cabello cuidadosamente peinado con las seis trenzas de las vestales
y uno de sus brazos, que asomaba sobre la ropa de la cama, no revelaba
precisamente delgadez. Su sobrina estaba lejos de parecer enferma. Entonces,
¿qué estaba ocurriendo allí? La aguda inteligencia de la reina trabajaba
deprisa. Se agachó un poco hacia la joven y le colocó la mano sobre la frente
tibia.
—¡Esta criatura está ardiendo!
—exclamó—. Vestal Máxima, haz que traigan enseguida una jarra de agua y paños,
hay que bajarle la fiebre.
Desconcertada, la anciana
abandonó la estancia y repitió a voces la petición. Una de las doncellas llegó
enseguida con la jarra y se la entregó a la reina quien, con la misma premura,
solicitó que trajeran luz. Salió la doncella y, en ese mismo instante, la reina
volcó la jarra entera sobre la cabeza de Rea Silvia. Esta se incorporó de un
salto. La brusquedad del movimiento provocó que quedase en evidencia lo que la
vestal trataba de ocultar: un vientre hinchado, voluminoso, más imponente aún
en la estrechez de la estancia. Era el vientre de una mujer a punto de ser madre.
—Así que se trataba de esto… —El
susurro de la reina rebosaba de un odio salvaje y se mezclaba con una cruel
euforia difícil de disimular. Su mirada danzaba desde el vientre a los ojos
aterrorizados de Rea Silvia.
Salió del aposento, cogió su manto púrpura y, dejando
ante umbral a dos de sus siervas con órdenes de no moverse de allí, abandonó la
casa de las vestales sin despedirse siquiera."
NOTA: Ya está a la venta en toda España. Es cuestión de buscarla... En mi barra lateral hay alguna indicación al respecto.