Dedicado a Toni Zarza Sepúlveda, admirador de aquel gran hombre.
Roma. De la noble Marcia Emilia a su amiga Escribonia en Valentia.
Salud.
“… estoy segura de que Calpurnia agradecerá mucho tus palabras de
condolencia cuando reciba tu carta. En cuanto a lo que me pides, amiga mía, es
poco menos que imposible pues ¿quién encontraría las palabras adecuadas para describirte
el funeral de César?
Desde todos los barrios de Roma se veía el humo oscuro ascender
hacia el cielo procedente del centro del foro. No ha sido la primera vez, ni
será la última que las llamas ocupan el lugar reservado a las palabras aunque,
en esta ocasión, el fuego no brotaba de una acción iracunda, sino del mismo
corazón de los romanos, que han perdido a un hombre grande. Sí, el cadáver de
César ha sido incinerado en el foro y no el Campo de Marte, donde estaba preparada
la pira funeraria. Y no ardía la ira, sino el dolor.
Mas no debo precipitarme en el relato de lo acontecido. El lecho
de marfil sobre el cual yacía el cadáver de César fue depositado, como es
costumbre, al pie de la rostra, enmarcado
por grandes cortinajes. A un lado colocaron los trofeos, símbolo de sus muchas
conquistas para gloria de Roma y, al otro, su último galardón: la toga ensangrentada
que vestía cuando fue abatido por los puñales de los asesinos en el interior de
la curia, pues ni siquiera respetaron un lugar que deberían considerar sacro.
Nuestra querida Calpurnia estaba de pie, junto al lecho fúnebre. Te
hubiera impresionado su dignidad, pese a que su rostro revelaba los estragos
ocasionados por el sufrimiento. Estaba ensimismada y recuerdo que pensé que
quizá se representaban en su memoria los rostros de las esposas y de las madres
de los asesinos. ¡Qué monstruoso es pensar que con ellas había compartido la
mesa en los banquetes, los ritos secretos en las fiestas de la Bona Dea,
el cuidado de la imagen de Fortuna Muliebris cuando era recién casada,
la última fiesta Lupercalia hace apenas un mes, cuando ella misma se
expuso al azote de los lupercos junto con Porcia, la mujer del Bruto
amado por César que ha sido uno, si no el principal, de los magnicidas!
No era Calpurnia la única abrumada por la brutalidad del asesinato
y la enormidad de la traición. Todas las personas que llenaban el foro para dar
el último adiós a César estábamos sobrecogidas. Cuando Marco Antonio leyó el
testamento, escuchamos con estupor que César tenía tanta confianza en algunos
de sus asesinos que les había encomendado la tutela de su hijo adoptivo,
Octavio, y les había legado a título personal bienes que le eran muy queridos. A
ese hombre extraordinario, el más grande que ha dado Roma, lo habían asesinado
personas a las que él amaba, hombres a los que con gusto hubiera llamado hijos
y que fingían tenerle amistad, a los que había perdonado la vida pese a que
lucharon como enemigos suyos en la guerra civil. Era insoportable admitir que
Cesar no había sido vencido en la guerra, sino en la paz, y que con él quedaban
derrotadas la concordia y la clemencia.
A esa conmoción, enorme ya, se unió la de saber que César legaba al
pueblo romano sus jardines del Trastevere con sus innumerables obras de arte
para que los ciudadanos disfrutaran libremente de él, además de una ingente
suma de dinero que la propia Calpurnia había depositado ya en las arcas del
tesoro. Ante todo esto la gente rompió a llorar de emoción y de rabia. Y apenas
terminada la oración fúnebre, sin esperar a que trasladaran el cadáver a la
pira funeraria, dos soldados enardecidos arrimaron sus antorchas al catafalco y
enseguida empezó a arder.
Cesar merecía ser incinerado en el foro, en el centro social y
político de Roma, en pleno corazón. La muchedumbre corrió a buscar objetos con
los que alimentar el fuego: hicieron astillas de los muebles, trajeron leña desde
la pira, arrojaron ropa, muchas mujeres se arrancaban las joyas para lanzarlas
a las llamas. Todo era conmoción y dolor, un gemido colectivo que se expresaba
en los gritos y lágrimas tanto como en el humo negro y en las ardientes lenguas
que escalaban el cielo. Del barrio de la Subura, donde se había criado y
gozaba de muchos partidarios, no cesaba de ir y venir gente acarreando objetos
para engrosar la hoguera. Los judíos lloraban sin consuelo, nadie les había
mostrado nunca la amistad que les obsequiaba César y sus mujeres no consentían
en alejarse de la improvisada pira.
Tres días con sus noches ha estado ardiendo la pira funeraria en
el foro, un duelo largo y agotador del que han huido los asesinos tras haberse
refugiado en un primer momento en sus casas: Roma ya no será para ellos un
hogar….”
NOTA: El 20
de marzo del año 44 a.C. se celebró el funeral de Cayo Julio César.
* Escultura de César en la avda.de los foros imperiales.
**Imagen de la rostra, la tribuna desde la que los oradores se dirigían a los ciudadanos y también donde se pronunciaban las oraciones fúnebres en los funerales públicos.
***En el centro de la imagen, se ven los restos del templo de César y, bajo un tejadillo y tras los restos del muro central, está la base de la columna que señala el lugar donde fue incinerado César.
**** Hojas de acanto en el foro. Todas las fotos son de Isabel Barceló