Sobre el estruendo del agua negra al derramarse por las cascadas y el rugido de los dragones que agitan sus cabezas incendiarias, se impone, de pronto, el batir de unas alas. Psique no levanta la vista. No se presentará ante Venus con la jarra vacía ni afrontará sus burlas. Si ha de morir – piensa – no será de vergüenza. Prefiere despeñarse por esta montaña o acabar despedazada entre las garras de las fieras. Busca por las hendiduras de las rocas un lugar al que agarrarse para empezar a trepar, cuando una voz la llama.
-¿Qué pretendes hacer? – oye decir a sus espaldas – ¿No sabes que los propios dioses tiemblan ante las aguas que nutren la laguna Estigia? ¡Cuánto más peligroso y arriesgado es para ti! ¿Cómo llegarás arriba sorteando tantos peligros? Y si el agua no te engulle o no te hiela las manos ¿cómo sujetarás la jarra para bajar?
Quien así habla es un águila que oscurecería el sol sólo con extender sus alas. Está al servicio del padre Júpiter y no ha olvidado que, gracias al gentil Cupido, consiguió cumplir con el encargo de arrebatar y llevar a los cielos al joven Ganimedes para que escanciara el vino al rey de los dioses. Le está muy agradecida y considera que ha llegado el momento de devolverle el favor.
- Eres joven y careces de experiencia – insiste, ante el silencio de Psique – De modo que pienso ayudarte. Colócame la jarra entre las garras y ya me ocuparé yo de llenarta. Espérame aquí.
Psique le obedece de inmediato y observa cómo el águila real remonta el vuelo, esquiva las llamaradas que expelen las cabezas monstruosas, zigzaguea entre las cascadas y llega al fin a la cumbre. El manantial amenaza con tragarla, pero el águila invoca el nombre de Venus, por cuyas órdenes dice venir, y las aguas se dejan capturar en la jarra.
Loca de alegría corre Psique al encuentro de su suegra. Está segura de haber superado la última prueba. Pero el agua que trae en la jarra es menos helada y negra que el corazón colérico de Venus. Una vez más la recibe con gestos de desprecio y palabras hirientes.
- Muy bien, querida niñita – le dice ciega de rabia – Como veo que tienes grandes poderes, pues de otro modo no podrías cumplir mis órdenes, pienso que eres la persona adecuada para un encarguito. No hagas pucheros: ¡Sólo se trata de ir al mundo de los muertos, donde Plutón tiene su pavorosa morada! Poca cosa para ti.
Psique la escucha con la cabeza gacha y los ojos inundados de lágrimas. No responde nada, pero su corazón se ha vuelto de plomo y teme que ni siquiera le permita andar.
- Por tu culpa, esclava tonta y fea – grita la diosa – se ha marchitado mi belleza junto al lecho de mi hijo. Noche y día he cuidado de las heridas que le has producido. ¡Ay de ti, si no se cura…! Lo menos que puedes hacer para reparar el daño, es llevar esta cajita a Proserpina y decirle de mi parte que te ponga en ella un poco de su hermosura. No necesito mucha, basta que me dure uno o dos días, pero la quiero ya. He de asistir al teatro y no consentiré que los otros dioses me vean desfavorecida y demacrada. ¡Vete ya!
Con un paso más decidido de lo que creía posible, Psique abandona la morada de su suegra y se dirige hacia una torre que asoma en el horizonte. Sabe cuál es el alcance de la orden de Venus: en realidad, la diosa no necesita la belleza para nada. Quiere, sencillamente, deshacerse de ella para siempre. Bién, la obedecerá. No podrá decir que se ha resistido a su mandato. Subirá a la torre y se lanzará de cabeza desde lo más alto: es la forma más rápida y segura de bajar a los Infiernos. Por fin suegra y nuera están de acuerdo: ha llegado la hora de la muerte de Psique.
Está al pie de la torre y se dispone a subir, cuando las piedras comienzan a hablarle.
- Después de tanto sufrimiento y esfuerzo ¿Vas a rendirte? Si amas a tu esposo y confías en él ¿por qué vas a privarte voluntariamente de la vida? Si tu espíritu se separa del cuerpo, desde luego que llegarás al mundo de los muertos, pero no podrás regresar.
- Estoy cansada – responde Psique – y no veo la manera de llegar al Infierno de otro modo. No sé si podría resistir más pruebas y horrores.
- Te explicaré lo que debes hacer. Cerca de aquí, en la ladera de un monte, hay una caverna que es el respiradero del palacio del dios Plutón y su esposa Proserpina. Entra en esa caverna. Un camino que parte de la entrada y parece intransitable te llevará directamente al Infierno. Pero antes de aventurarte en ella, has de proveerte de algunas cosas: llevarás un pastel de harina en cada mano y dos monedas en la boca. Y escúchame atentamente, porque sólo si cumples mis instrucciones podrás salir de allí y regresar al mundo de los vivos.
Psique apoya su oreja en el viejo muro de la torre y escucha con la mayor atención. La anima la firme voluntad de salir con vida de esta prueba. Esta vez no cometerá el mismo error que le llevó a perder a su marido: obedecerá, aún cuando no vea ni comprenda.