- Te he dicho varias veces que no me hables en mitad de la cuesta. ¿No comprendes que tendría que volverme para contestarte y puedo perder el equilibrio? A ver, ¿Qué me decías?
- Tienes razón, señora Imilce, pero la culpa es tuya. Me has contagiado tu manía de decir las cosas cuando se te ocurren… – como ya estamos en terreno llano, podemos caminar uno al lado del otro y entendernos, a pesar de los ruidos. – Te preguntaba si de verdad tuvo lugar esa conversación entre Barce y Dido, o si has exagerado. Con todos mis respetos, me resulta raro que la reina hablara de ti.
- Guártade tus respetos y tus impertinencias. ¿Crees que Barce me hubiera dejado en Tiro, habiéndo muerto mi madre y con mi padre navegando por quién sabe qué mares? ¿Y piensas que ella hubiera metido en la nave a una mocosa de tres o cuatro años sin el permiso de la reina?
- Y otra cosa te digo, señor Karo. ¿Quién está escribiendo esta historia?
- Tú, desde luego – responde con un tono más humilde.
- Y estoy aquí ¿no? Y llegué con la reina Dido ¿no es cierto? Puedes preguntarle al cordelero Kostas, él vino al mismo tiempo que yo. Pues ahí tienes la respuesta. Y estoy en mi derecho de aparecer en la historia, que se sepa quién era Barce y quién era yo. Si trataron de mí en ese momento o en otro, carece de importancia. Hablaron. Y se dijeron esas cosas.
Llegamos a los primeros tenderetes del mercado sin cruzar una palabra más. Karo se limita a levantar el capazo para que le pongan dentro los productos que vamos comprando. Es consciente de haberme irritado o, al menos, eso creo. Al cabo del rato abre el pico.
- Espero ganarme yo también el derecho a figurar como escribiente tuyo.
- Ya veremos – le respondo. O sea, que ha comprendido.
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La jornada está siendo extenuante y sólo ha pasado medio día. Al puerto de Tiro no han dejado de llegar carros repletos de mercancías y los estibadores tienen rotas las espaldas. Se diría que todo el mundo quiere hacerse a la mar. Grandes cajones donde suelen guardarse los perfumes, las telas y el vidrio han ocupado muchas bodegas. Pocos saben que en lugar de mercancias llevan comida, utensilios y ropa.
- ¿Cómo van los preparativos? ¿Estará todo a punto? – pregunta la reina mientras recorren con lentitud un camino bordeado de cipreses. Aquí nadie les puede escuchar.
- Creo que sí. No podemos trabajar más deprisa, mi reina. Lo más importante, sin embargo, es embarcarnos y zarpar. El no estar perfectamente abastecidos no tiene demasiada importancia, habiendo tantos puertos…
- Veremos si somos capaces de engañar a mi hermano. He contratado a un actor, te lo habrá dicho tu padre. Se hará pasar por comerciante griego y cantará las alabanzas de la ruta hacia oriente reabierta por el estrecho de los Dardanelos. Ya sabes, el fin de la guerra entre griegos y troyanos y todo eso – la reina se detiene un instante y se gira para mirar a Acus. – Confío en que tú y tus amigos contribuyáis a hacer más creíble el relato e, incluso, echéis una mano al actor si le veis apurado.
Acus asiente con la cabeza. Puede resultar una tarea árdua si a Pigmalión y sus compinches se les ocurre interrogarlo. Es un gran riesgo. Mucho menor, sin embargo, que dejar a Pigmalión sin vigilancia y a su libre albedrío en esas horas críticas. Es preciso tenerlo bajo control en todo momento.
- Antes del banquete, tengo previsto sacrificar un toro blanco a la diosa Juno. Ella ha sido una firme patrona de los griegos y parecerá razonable tratar de ponerla a nuestro favor, si pensamos enviar a nuestras naves a oriente atravesando dominios griegos. ¿No te parece? – dice la reina iniciando el camino de vuelta – Ese será el motivo oficial. En realidad voy a poner bajo su protección la ciudad que pensamos fundar y le prometeré construir en su honor un santuario. Necesitamos el amparo divino y ninguno más poderoso que el de la reina de las diosas.
- Me parece una buena decisión. Y más todavía porque pensaba dar orden a todos los capitanes de poner rumbo al norte, como si fuésemos a tomar esa ruta reabierta al oriente. Nos reuniríamos luego en la isla de Chipre. Y desde allí, con más calma, podremos tomar la siguientes decisiones. ¿Te parece bien? – Dido asiente con la cabeza. Lo primero es huir, después ya buscarán nuevas tierras.
- Confío en tu criterio, por eso te he nombrado jefe de la expedición ¿Vendrás en mi nave?
- Desde luego, mi reina. ¿Necesitas que me ocupe de algo más?
- No, querido amigo, tienes mucho trabajo. Y yo tengo también a otras personas deseosas de ayudar. Es importante que quienes están con nosotros se sientan parte de esta aventura. Sin el esfuerzo aunado de todos, nada puede hacerse con éxito.
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- Ahí es donde se equivocó – dice Imilce, andando despacio por la playa.
- ¿Quieres decir que le traicionó Acus o alguna de las personas en quien ella confiaba?
- No, en absoluto. Se equivocó al encomendarse a la madre Juno. Las divinidades son muy peligrosas. Con ellas no se sabe nunca qué es mejor. En mi opinión, no invocarlas ni hacer nada que les recuerde nuestra existencia. Pero esto no lo podemos decir, me llamarían impía. ¡No se te ocurra anotar estas palabras…!
NOTA: Algunos lectores han manifestado su interés por identificarse con algunos personajes, así que he atendido su petición. A quienes les apetezca hacer otro tanto, no tienen más que pensar un nombre adecuado y una actividad u oficio (ficticios) que quieran desarrollar, y decírmelo en un "comentario"; trataré de incluirlos en alguno de los posts. De momento, aquí están los "papeles" repartidos:
ACUS : Acus, hijo mayor del príncipe del Senado de Tiro y Jefe de Expedición de Dido;
ANARKASIS: Anarkasis, actor, representará a un comerciante griego;
BETHANIA: Anna, hermana menor de la reina Dido;
KOSTAS: Kostas, cordelero, miembro de la expedición de Dido.
*Detalle de figura femenina. Museos Capitolinos.
**Detalle de mosaico. Museo Massimo alle Terme.
***Detalle de relieve. Palazzo Mattei. Roma.
****Detalle de pintural mural. Museo Massimo alle Terme.
*****Detalle de relieve de un sacrificio. Museo Centrale Montemartino.
****** y ******* detalles de mosaico y de pintura mural. Museo Massimo alle Terme.